Cuando el viejo auto de Vicki se rompió de manera irreparable, empezó a juntar dinero para otro vehículo. Cris, un cliente habitual del restaurante donde trabaja ella, la escuchó un día mencionar que necesitaba un auto. «No podía dejar de pensar en eso —dijo Cris—. Tenía que hacer algo al respecto». Entonces, compró el auto usado que vendía su hijo y le entregó las llaves a Vicki. Ella no podía creerlo. «¿Quién hace una cosa así?», balbuceó conmocionada y agradecida.
Las Escrituras nos llaman a dar con manos abiertas, proveyendo lo mejor para los necesitados. Como afirma 1 Timoteo: «A los ricos […] manda […] que hagan bien, que sean ricos en buenas obras» (1 Timoteo 6:17-18). No tenemos que realizar una que otra buena obra, sino tener un espíritu generoso. Tener un gran corazón debería ser nuestra manera natural de vivir. Se nos dice: «sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos» (v. 18).
Al vivir con un corazón abierto y generoso, no tenemos por qué temer quedarnos sin lo que necesitamos. Más bien, la Biblia nos dice que, con nuestra generosidad compasiva, estamos echando «mano de la vida eterna» (v. 19). Con Dios, una vida genuina implica no aferrarnos a lo que tenemos, para poder dar a otros con liberalidad.