Mi abuela era una costurera talentosa que ganó varios concursos. A lo largo de mi vida, celebró ocasiones destacadas regalándome cosas hechas con sus manos: un suéter borgoña para mi graduación de la secundaria; una manta turquesa para mi casamiento. En un borde de cada una de esas artesanías encontraba una etiqueta con su firma, que decía: «Hecho a mano para ti por Munna». En cada palabra bordada, sentía el amor de mi abuela hacia mí y una poderosa declaración de confianza en mi futuro.
Pablo les escribió a los efesios sobre el propósito de ellos en este mundo, diciéndoles que eran «hechura [de Dios], creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano» (2:10). «Hechura» se refiere a una obra maestra o de arte. Esa hechura de Dios al crearnos traería como resultado buenas obras —expresiones de nuestra relación restaurada con Cristo— para su gloria. Las buenas obras no pueden salvarnos, pero cuando somos hechura de Dios para sus propósitos, nos utiliza para llevar a otros hacia Él.
Mi Munna hacía cosas a mano con su aguja para comunicarme su amor. Y diseñando con sus dedos los detalles de nuestra vida, Dios entreteje su amor y propósitos en nosotros para mostrar a otros la obra de sus manos.