«¿Todavía tienes esperanzas de que haya paz?», le preguntó un periodista a Bob Dylan.
«Nunca habrá paz», le respondió. Su respuesta generó críticas, pero es innegable que la paz sigue siendo escurridiza.
Unos 600 años antes de Cristo, la mayoría de los profetas predecían la paz. Pero Jeremías le recordaba al pueblo de Dios lo que Él había dicho: «Obedézcanme. Así yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo» (Jeremías 7:23 nvi). Pero ellos siguieron ignorando al Señor y sus mandamientos. Los profetas falsos decían: «¡Paz, paz!» (8:11), pero Jeremías predecía desastres; y Jerusalén cayó en 586 a.C.
Es raro que haya paz. Pero la misma profecía revela a un Dios que ama sin límites y que le dice a su pueblo rebelde: «Con amor eterno te he amado; por tanto, […] aún te edificaré» (31:3-4).
Dios es un Dios de amor y paz. El pecado quita la paz del mundo y de nosotros. Pero Jesús vino a este planeta a reconciliarnos con Dios y darnos paz interior: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). Sus palabras están entre las más esperanzadoras que se hayan escrito.
Ya sea que vivamos en una zona de combate o en un vecindario tranquilo, Cristo nos invita a disfrutar de su paz.