No es inusual que las facturas de servicios públicos sean sorprendentemente altas. Pero Kieran Healy, de Carolina del Norte, en Estados Unidos, recibió una cuenta de agua que te haría detener el corazón: ¡debía 100 millones de dólares! Seguro de que no había usado tanta agua el mes anterior, en chiste, preguntó si podía pagar la deuda en cuotas.
Deber 100 millones de dólares sería un peso terrible, pero esa suma empalidece en comparación con la carga real —e inmensurable— que el pecado hace que llevemos. Intentar soportar esa carga y las consecuencias de nuestros pecados nos deja agotados y cargados de culpa y vergüenza. En realidad, somos incapaces de llevar encima semejante peso.
Pero la idea nunca fue que lo hiciéramos. Como les recordó Pedro a los creyentes, solo Jesús, el impecable Hijo de Dios, podía cargar el enorme peso de nuestro pecado (1 Pedro 2:24). Al morir en la cruz, cargó sobre sí todas nuestras maldades y nos ofreció el perdón. Como Él lo hizo, nosotros no tenemos que sufrir el castigo que merecemos.
En lugar de vivir con temor y culpa, la «vana manera de vivir» que recibimos de nuestros padres (1:18), podemos disfrutar de una nueva vida de amor y libertad (vv. 22-23).