Cuando entramos al refugio para personas sin techo, nos quedamos mirando las pilas de zapatos donados. El director había invitado a nuestro grupo de jóvenes a clasificar las montañas de calzado usado. Pasamos la mañana uniendo los pares y alineándolos en filas en el suelo. Terminamos tirando más de la mitad de los zapatos porque estaban demasiado dañados como para que alguien los usara. Aunque el refugio no podía evitar que las personas donaran cosas en mal estado, se negaba a distribuir zapatos rotos.
Los israelitas también ofrendaban a Dios bienes en mal estado. Cuando el Señor les habló mediante el profeta Malaquías, los reprendió por sacrificar animales ciegos, cojos o enfermos, aunque tenían otros fuertes para ofrendar (Malaquías 1:6-8). El Señor reprendió a los israelitas por no valorarlo y guardarse lo mejor para ellos (v. 14). Pero Dios también prometió enviar al Mesías, cuyo amor transformaría sus corazones y avivaría su deseo de llevar ofrendas agradables a Él (3:1-4).
A veces, puede ser tentador ofrendar a Dios lo que nos sobra. Lo alabamos y queremos que nos lo dé todo, pero nosotros le ofrecemos migajas. Al considerar todo lo que Dios ha hecho, podemos regocijarnos y celebrar su valor dándole lo mejor que tenemos.