Hace unos años, mi médico me habló duramente sobre mi salud. Tomé en serio sus palabras y empecé a ir al gimnasio y ajustar mi dieta. Con el tiempo, tanto mi colesterol como mi peso bajaron, y aumentó mi autoestima. Pero después, empecé a notar los hábitos alimentarios de los demás y a juzgarlos. Es interesante que cuando encontramos un sistema de valoración que nos conviene, lo usamos para elevarnos y rebajar a los demás.
Pablo advirtió a los filipenses contra una actitud similar. Algunos confiaban en el cumplimiento religioso y la conformidad cultural, y Pablo les dijo que él tenía más razón para jactarse de tales cosas: «Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más» (3:4). Sin embargo, sabía que su pedigrí y su desempeño eran «basura» al compararlos con el «conocimiento de Cristo» (v. 8). Solo Jesús nos ama tal cual somos, nos rescata y nos da el poder de parecernos más a Él. No hace falta que nos lo ganemos; es imposible llevar el puntaje.
Jactarse es de por sí algo malo, pero jactarse apoyado en una falsa seguridad es trágico. El evangelio nos llama a no poner la confianza en lo que no corresponde, y a tener comunión con un Salvador que nos ama y se entregó por nosotros.