En Pontiac, Michigan, una empresa de demolición derribó el edificio equivocado. Los investigadores creen que el propietario de una casa destinada a demolición clavó los números de su dirección a la casa del vecino para evitar que derribaran la suya.
Jesús hizo lo opuesto. Su misión era permitir que su propia «casa» fuera derribada por el bien de los demás. Imagina la escena y lo confundidos que estarían todos. Probablemente, se miraban unos a otros mientras Él desafiaba a los líderes religiosos: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2:19). Los líderes replicaron indignados: «En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?» (v. 20). Pero Jesús se refería al templo de su propio cuerpo (v. 21).
Ellos no entendían que Jesús había venido a cargar con el daño que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Él lo expiaría.
Dios siempre conoció nuestro corazón mucho mejor que nosotros. Por eso, no les confió la plenitud de sus planes ni siquiera a los que veían sus milagros y creían en Él (vv. 23-25). En ese momento, como ahora, estaba revelando lentamente el amor y la bondad en las palabras de Jesús.