Eran malas noticias. Mi padre había tenido dolores de pecho, y el doctor ordenó un examen del corazón. ¿El resultado? Bloqueo de tres arterias.

Se programó hacerle tres baipases el 14 de febrero. Aunque mi padre estaba ansioso, consideró esa fecha una señal esperanzadora: «¡Voy a tener un corazón nuevo para el Día de San Valentín!». ¡Y así fue! La cirugía salió perfecta y restauró el torrente dador de vida a su corazón; ahora, un corazón «nuevo».

Esa cirugía me recordó que Dios también nos ofrece una vida nueva. Como el pecado obstruye nuestras «arterias» espirituales —nuestra capacidad de conectarnos con Dios—, necesitamos una «cirugía» espiritual para limpiarlas.

Esto le prometió Dios a su pueblo en Ezequiel 36:26: «Os daré corazón nuevo […]; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne». «Seréis limpiados de todas vuestras inmundicias» y «pondré dentro de vosotros mi Espíritu» (vv. 25, 27).

Esta promesa tuvo su cumplimiento completo en la muerte y resurrección de Jesús. Cuando confiamos en Él, recibimos un nuevo corazón espiritual, limpio del pecado y de la desesperación. Llenos del Espíritu Santo, nuestro corazón nuevo late con la sangre espiritualmente vivificadora de Dios, para que «andemos en vida nueva» (Romanos 6:4).