Estoy aquí para ti
En muchas ciudades grandes del mundo —entre ellas, París—, la gente se ocupa de ayudar a las personas sin techo en sus comunidades. Cubierta con bolsas impermeables, se cuelga ropa en lugares determinados para que esas personas que viven en la calle las lleven, según lo que necesiten. Las bolsas dicen en su etiqueta: «No estoy perdida; estoy aquí para ti si tienes frío». El emprendimiento no solo abriga a los que no tienen un refugio, sino que también le enseña a la comunidad cuán importante es ayudar a los necesitados.
Amor sin temor
Durante años, usé un escudo de temor para protegerme. Eso se convirtió en una excusa para evitar probar cosas nuevas, seguir mis sueños y obedecer a Dios. El temor a las pérdidas, la angustia y el rechazo me impedían amar al Señor y a los demás. El miedo me convirtió en una esposa insegura, ansiosa y celosa, y en una madre sobreprotectora y preocupada. No obstante, a medida que aprendo cuánto me ama Dios, mi forma de relacionarme con Él y los demás está cambiando. Como sé que el Señor se ocupa de mí, me siento más segura y dispuesta a poner las necesidades de los demás por encima de las mías.
La cama vacía
Estaba ansioso por regresar al Dispensario Saint James, en Montego, Jamaica, y volver a ver a Rendell, quien dos años antes había conocido sobre el amor de Jesús por él. Evie, una adolescente del coro con el que yo viajaba todas las primaveras, le había explicado el evangelio, y él recibió a Cristo como su Salvador personal.
Nunca solos
Mientras redactaba una guía bíblica para pastores de Indonesia, un escritor amigo quedó fascinado con la cultura de unidad de esa nación. Llamada gotong royong —«ayuda mutua»—, el concepto se practica en aldeas, donde los vecinos trabajan juntos para reparar techos o reconstruir puentes o senderos. También en las ciudades, según dice mi amigo: «Las personas siempre van acompañadas; por ejemplo, a una cita con el médico. Es la norma cultural. Por eso, uno nunca está solo».
Recordatorio viviente de misericordia
Crecí en una iglesia llena de tradiciones. Una de ellas se aplicaba cuando moría un familiar o amigo querido. A menudo, un banco de la iglesia o un cuadro en un pasillo mostraba poco después una placa que decía: «En memoria de…», con el nombre del fallecido grabado. Siempre me gustaron esos recordatorios. Y me siguen gustando. Sin embargo, al mismo tiempo, me hacen pensar porque son objetos inanimados y estáticos; en sentido muy literal: «sin vida». ¿Hay alguna manera de agregar «vida» a un recordatorio?
La invitación a ser valiente
En la Plaza del Parlamento en Londres, entre estatuas de hombres —como Mandela, Churchill, Gandhi y otros—, se encuentra una sola estatua de una mujer: Millicent Fawcett, quien luchó por el derecho al voto femenino. El bronce la ha inmortalizado sosteniendo una bandera con las palabras que ofreció como tributo a una compañera sufragista: «La valentía invita a ser valiente en todas partes». Fawcett insistía en que la valentía de una persona incentiva a otros, invitando a las personas tímidas a actuar.
Encadenados pero no silenciados
En 1963, la defensora de derechos humanos, Fannie Lou Hamer, y otras seis personas entraron a comer a un restaurante en Winona, Mississippi. Después de que unos policías los obligaron a irse, fueron detenidos y encarcelados. Pero la humillación no terminaría con un arresto ilegal, sino que todos fueron golpeados, y Fanny recibió lo peor. Tras un brutal ataque que la dejó casi muerta, comenzó a cantar: «Pablo y Silas encerrados en la cárcel; deja a mi pueblo ir». Y no cantaba sola. Los otros prisioneros —sujetos sus cuerpos pero no sus almas— se unieron a ella en el canto.
«Dios me salvó la vida»
Cuando Adrián tenía 15 años, empezó a orar a Satanás; y decía: «Sentía que él y yo éramos compañeros». Entonces, comenzó a mentir, robar, y manipular a su familia y amigos. También tenía pesadillas: «Una mañana me levanté y vi al diablo al pie de mi cama. Me dijo que iba a aprobar mis exámenes y que luego moriría». Sin embargo, cuando terminó sus exámenes, no murió. Adrián reflexionó: «Me quedó claro que era un mentiroso».
No arrojar piedras
A Lisa no le gustaban los que engañaban a sus cónyuges… hasta que ella misma se sintió profundamente insatisfecha con su matrimonio y luchaba para resistirse a una atracción peligrosa. Esa dolorosa experiencia la ayudó a generar una nueva empatía hacia los demás y una mejor comprensión de las palabras de Cristo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra» (Juan 8:7).
La esencia del ayuno
El hambre me carcomía los nervios. Mi consejero me había recomendado ayunar, como una forma de concentrarme en Dios. Pero a medida que avanzaba el día, me preguntaba: ¿Cómo hizo Jesús esto durante 40 días? Yo luchaba por depender del Espíritu Santo para que me diera paz, fuerza y paciencia. En especial, paciencia.