Cuando inventó el borrador de lápiz, el ingeniero británico Edward Nairne estaba buscando un pedazo de pan. En 1770, las costras de pan se usaban para borrar marcas en el papel. Por error, tomó un trozo de goma de látex, y descubrió que eso había borrado su error, dejando «migas» engomadas que se podían quitar fácilmente con la mano.
En nuestro caso, los peores errores de nuestra vida también pueden ser borrados. Es el Señor, el Pan de vida, quien los limpia con su propia vida y promete no recordar nunca nuestros pecados. Como afirma Isaías 43:25: «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados».
A muchos les resulta difícil creer que Dios puede borrar nuestros pecados «como la niebla». Él, que lo sabe todo, ¿los olvida tan fácilmente?
Esto es exactamente lo que hace cuando aceptamos a Jesús como Salvador. Al decidir perdonar nuestros pecados y no recordarlos nunca más, nuestro Padre nos libera para que sigamos avanzando. Los errores pasados ya no nos frenan, y somos limpiados para poder servirle, ahora y siempre.
Sí, pueden quedar consecuencias, pero Dios borra el pecado, y nos invita a volvernos a Él con nuestra vida nueva y limpia. No hay mejor manera de que sea borrado.