«¡Uno de estos días, voy a poner todo en Facebook, no solo lo bueno!».
El comentario de mi amiga me hizo reír mucho, pero también pensar. Las redes sociales pueden ser algo bueno, ya que nos ayudan a mantenernos en contacto con amigos que están lejos y orar por ellos. Pero si no tenemos cuidado, pueden también generar una perspectiva nada realista de la vida. Cuando vemos que se publica una cantidad notable de «cosas buenas», podríamos suponer que la vida de los demás es fácil, y preguntarnos qué anduvo mal con la nuestra.
Compararnos con los demás es una receta infalible para la infelicidad. Cuando los discípulos se compararon entre sí (ver Lucas 9:46; 22:24), Jesús los detuvo de inmediato. Poco después de resucitar, le dijo a Pedro que sufriría por su fe. Entonces, Pedro miró a Juan y preguntó: «Señor, ¿y qué de éste?». Y Jesús respondió: «Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú» (Juan 21:21-22).
Jesús le indicó a Pedro el mejor remedio para las comparaciones malsanas. Cuando nuestra mente se centra en Dios y todo lo que Él ha hecho por nosotros, el egocentrismo desaparece y anhelamos seguir al Señor. En lugar del estrés competitivo del mundo, Él nos asegura su compañía y nos da paz. Nada puede compararse con Cristo.