Cuando la esposa de un amigo mío enfermó de Alzheimer, los cambios que esto trajo a su vida lo amargaron. Tuvo que jubilarse temprano para cuidarla; y a medida que la enfermedad avanzaba, la exigencia era mayor.


«Estaba tan enojado con Dios —me dijo—, pero cuanto más oraba, Él más me mostraba cómo estaba mi corazón y lo egoísta que había sido en nuestro matrimonio». Con ojos inundados de lágrimas, confesó: «Ella ha estado enferma diez años, pero Dios me ha ayudado a ver las cosas distinto. Ahora, todo lo que hago por ella lo hago para Jesús. Cuidarla se ha convertido en mi mayor privilegio».


A veces, Dios responde nuestras oraciones no dándonos lo que queremos, sino desafiándonos a cambiar. Cuando el profeta Jonás se enojó porque Dios había perdonado a la malvada ciudad de Nínive, el Señor hizo que una planta lo protegiera del calor (Jonás 4:6). Y después, hizo que la planta se secara. Cuando Jonás se quejó, Dios respondió: «¿Tanto te enojas por la calabacera?» (vv. 7-9). Jonás, enfocado en sí mismo, sentía que tenía razón en enojarse. Pero Dios lo desafió a pensar en los demás y ser compasivo.


A veces, el Señor usa nuestras oraciones de formas inesperadas, para ayudarnos a crecer. Debemos recibir con un corazón abierto esos cambios que Él envía en su amor.