«¡Tengo un mensaje para ti!» Una mujer que trabajaba en la conferencia a la que asistí me entregó un papel, y me pregunté si debía ponerme nerviosa o emocionarme. Pero cuando leí: ¡Tienes un sobrino!», supe que podía alegrarme.
Los mensajes pueden traer buenas noticias, malas noticias o palabras que desafían. En el Antiguo Testamento, Dios utilizó a sus profetas para comunicar mensajes de esperanza y de juicio. Pero cuando observamos detenidamente, vemos que aun sus palabras de juicio tenían como propósito guiar al arrepentimiento, la sanidad y la restauración.
Ambos tipos de mensajes aparecen en Malaquías 3, cuando el Señor prometió enviar un mensajero que prepararía el camino para Él. Juan el Bautista anunció la venida del verdadero Mensajero: Jesucristo (Malaquías 3:1), quien cumpliría las promesas de Dios y sería «como fuego purificador, y como jabón de lavadores» (v. 2) porque purificaría a aquellos que creyeran en su palabra. El Señor envió su palabra para lavar a los suyos, porque por amor, estaba interesado en el bienestar de ellos.
El mensaje de Dios es de amor, esperanza y libertad, y Él envió a su Hijo como un mensajero que habla nuestro idioma; a veces, de corrección; pero siempre, de esperanza. Podemos confiar en su mensaje.