Hace poco, Patsy, una amiga que se ganaba la vida vendiendo casas, murió de cáncer. Mientras hablábamos de ella, mi esposa recordó que años antes, Patsy había guiado a un hombre a Cristo, y que él se había hecho muy amigo de nosotros.
¡Qué alentador recordar que nuestra amiga no solo ayudaba a familias a encontrar casas donde vivir aquí en nuestra comunidad, sino también a otros a asegurarse de tener un hogar celestial!
Mientras Jesús se preparaba para ir a la cruz por nosotros, mostró un interés especial en nuestra morada celestial. Les dijo a sus discípulos: «voy, pues, a preparar lugar para vosotros», y les recordó que había suficiente lugar en la casa de su Padre para todos los que confiaran en Él (Juan 14:2).
Nos encanta tener bellos hogares en esta vida; un lugar especial para comer, dormir y disfrutar de la familia. Pero piensa en lo asombroso que será cuando entremos a la próxima vida y descubramos que Dios se ha ocupado de prepararnos una morada eterna. Alabemos a Dios por darnos vida «en abundancia» (Juan 10:10), que incluye su presencia con nosotros ahora y en el hogar celestial después (14:3).
Pensar en lo que Dios tiene preparado para los que aceptan a Jesús como Salvador nos desafía a hacer lo mismo que Patsy: hablarles a otros de Él.