Mis hermanos y yo crecimos en una zona de colinas boscosas que ofrecían un paisaje fértil para nuestra imaginación. Ya sea que nos balanceáramos de las ramas —como Tarzán— o que construyéramos casa en los árboles —como la Familia Robinson—, representábamos las escenas de las historias que leíamos o de las películas que mirábamos. Lo que más nos gustaba era construir fuertes y simular que estábamos a salvo de ataques. Años después, mis hijos construían fuertes con mantas, sábanas y almohadas: su propio «lugar seguro» contra enemigos imaginarios. Parece casi instintivo querer un lugar donde resguardarse y sentirse seguro.
Cuando David, el poeta y cantor de Israel, buscaba un lugar seguro, su mirada no iba más allá de Dios. El Salmo 46:1-2 afirma: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos». Aunque David enfrentaba amenazas casi constantemente, estas palabras revelan su asombroso nivel de confianza en Dios. A pesar de esos peligros, estaba convencido de que la verdadera seguridad estaba en el Señor.
Nosotros podemos tener esa misma confianza en el Dios que promete no dejarnos ni abandonarnos nunca (Hebreos 13:5), y confiarle nuestras vidas. En este mundo peligroso, Él es nuestro lugar seguro.