Mi amiga estaba esperando para pagar por sus compras, cuando un hombre se dio vuelta y le entregó un bono de descuento de diez libras esterlinas. Primero, ella no pudo contener las lágrimas ante ese acto de bondad, y luego, se reía de sí misma por haber llorado. Aquella bondad inesperada la conmovió y le dio esperanza mientras atravesaba una etapa de agotamiento, y dio gracias al Señor por su bondad extendida a través de otra persona.
En su carta a los cristianos gentiles de Éfeso, el apóstol Pablo escribió sobre el tema de dar. Los llamó a dejar su antigua vida y abrazar la nueva, declarándoles que habían sido salvos por gracia. Y agregó que de esa gracia, emana nuestro deseo de hacer «buenas obras», porque fuimos creados a la imagen de Dios y somos «hechura suya» (2:10). Como aquel hombre en el supermercado, podemos difundir el amor de Dios mediante nuestras acciones cotidianas.
No hace falta dar cosas materiales para compartir la gracia de Dios, sino que podemos hacerlo de muchas otras maneras: escuchar a alguien cuando nos habla; preguntarle cómo le va a alguien que nos ayuda; detenernos a ayudar a algún necesitado. Al dar a otros, recibiremos gozo a cambio (Hechos 20:35).