En un debate sobre la reconciliación, un participante dijo con sabiduría: «No congelen a la gente en el pasado». Señaló que tendemos a recordar los errores que cometen las personas, sin darles nunca la oportunidad de cambiar.
En muchas ocasiones en la vida de Pedro, Dios podría haberlo «congelado» en el tiempo. Pero nunca lo hizo. El impulsivo discípulo «corrigió» a Jesús, lo que le ganó una reprimenda de parte del Señor (Mateo 16:21-23). Negó a Cristo (Juan 18:15-27), solo para que Él posteriormente lo restaurara (21:15-19). Incluso, una vez, contribuyó a la discriminación racial dentro de la iglesia.
La cuestión surgió cuando Pedro se separó de los gentiles (Gálatas 2:11-12), dado que habían llegado algunos judíos que insistían en que los seguidores de Cristo debían circuncidarse. Esto marcaba un peligroso retroceso a la ley de Moisés. Entonces, Pablo llamó «hipocresía» el comportamiento de Pedro.
Tras confrontar valientemente a Pedro, el asunto se resolvió, y este continuó sirviendo al Señor en la unidad del espíritu que Él desea que tengamos.
No hay por qué mantener congelado a nadie en sus peores momentos. Por la gracia de Dios, podemos aprender unos de otros, restaurar cuando sea necesario y crecer juntos en su amor.