A menudo, escuchamos que la felicidad es hacer las cosas como nosotros queremos. Sin embargo, no es verdad. Esta filosofía solo lleva a que uno se sienta vacío, ansioso y angustiado.
El poeta W. H. Auden observó a aquellos que intentan encontrar una salida en los placeres, y escribió sobre ellos: «Perdidos en un bosque tenebroso; / Niños que le temen a la noche, / Nunca han sido felices ni han hecho nada bondadoso».
El salmista David canta sobre el remedio para nuestros miedos y tristezas: «Busqué al Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores» (Salmo 34:4). La felicidad es hacer las cosas como Dios quiere; una realidad que puede verificarse a diario. «Los que miraron a él fueron alumbrados», escribe David (v. 5). Solamente inténtalo y verás. A esto se refiere cuando expresa: «Gustad, y ved que es bueno el Señor» (v. 8).
Solemos decir: «Ver para creer». Así es como conocemos las cosas en este mundo. Dame una prueba y lo creeré. Dios lo pone al revés: creer es ver; pruébalo y, luego, verás.
Cree lo que dice el Señor. Haz lo que te pide y te darás cuenta. Te concederá la gracia para hacer lo correcto; y aun más: se te ofrecerá Él mismo, la única fuente de bondad y de felicidad duradera.