El guía de rafting nos escoltó hasta la orilla del río, y nos indicó que nos pusiéramos las chaquetas salvavidas y tomáramos los remos. Mientras subíamos al bote, nos asignaba los asientos, para equilibrar el peso y poder mantenernos estables al enfrentar los rápidos.
Después de resaltar las emociones que nos depararía el viaje acuático, detalló una serie de instrucciones que quizá oiríamos —y que debíamos seguir—, para dirigir el bote por el agua transparente. Nos aseguró que, a pesar de los probables momentos de tensión, disfrutaríamos y estaríamos a salvo.
A veces, la vida es como el rafting, pero con rápidos más intensos de lo que nos gustaría. La promesa de Dios a Israel puede tranquilizarnos cuando tememos que ocurra lo peor: «Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo» (Isaías 43:2). Los israelitas enfrentaron un temor angustioso al rechazo de Dios cuando fueron exiliados como resultado de sus pecados. En cambio, Él les aseguró que estaría con ellos porque los amaba (vv. 2, 4).
Dios no nos abandonará en las aguas turbulentas. Podemos confiar en que nos guiará a través de los rápidos —nuestros temores más profundos y problemas más dolorosos— porque nos ama y promete estar con nosotros.