Ir a la tienda de comestibles no es algo que me agrade. Es tan solo una parte inevitable de mi vida; algo que es necesario hacer. Sin embargo, hay una parte de esta tarea que, inesperadamente, empezó a atraer mi atención: pagar en la caja de Fred.
Fred convierte la caja en un espectáculo: es sumamente rápido, siempre tiene una sonrisa enorme e incluso baila (¡y, a veces, canta!) mientras hace acrobacias con los productos (los irrompibles) para colocarlos en las bosas plásticas. Es evidente que le encanta un trabajo que podría considerarse entre los más tediosos. Además, por unos instantes, les levanta el ánimo a los que esperan en fila para pagar.
Su actitud alegre, su deseo de servir y su atención a los detalles se asemejan a la descripción del apóstol Pablo en Colosenses 3:23 sobre cómo debemos trabajar: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres».
Cuando estamos en comunión con Cristo, cualquier trabajo es una oportunidad para reflejar su presencia en nuestras vidas. Ninguna tarea es demasiado pequeña… ¡ni demasiado grande! Cumplir con nuestra responsabilidad con gozo, creatividad y excelencia nos permite influir sobre los demás, independientemente de cuál sea nuestro trabajo.