A finales de mayo del 2010, la tormenta tropical Ágata golpeó América Central y produjo lluvias torrenciales y deslizamientos de tierra. Cuando terminó, en el centro de la ciudad de Guatemala se abrió una grieta de 60 metros de profundidad, que produjo un repentino movimiento del suelo y, como consecuencia, hizo que la tierra se tragara postes de electricidad y un edificio de tres pisos.
Aunque las grietas pueden ser devastadoras, la más universal y dañina es la que se produce en el corazón humano. El rey David fue un ejemplo.
Exteriormente, la vida de David parecía equilibrada; sin embargo, su ser interior se apoyaba en un cimiento endeble. Pensó que había podido esconder su pecado de adulterio y asesinato (2 Samuel 11–12), pero la convicción que Dios produjo en él tras la confrontación con Natán hizo que comprendiera que negar la presencia del pecado debilitaba el fundamento de su vida espiritual. Para prevenir que esa grieta espiritual empeorara, David se arrepintió y confesó su pecado al Señor (Salmo 32:5). Como resultado, Dios cubrió su pecado y le dio el gozo del perdón.
Nosotros también experimentaremos la gracia del Señor si confesamos nuestros pecados. Él nos perdonará por completo y cubrirá nuestras grietas espirituales.