Durante años, Sara tuvo un dolor lumbar que iba empeorando. Su médico le sugirió hacer fisioterapia, y le indicaron 25 elongaciones para realizar todos los días. El dolor disminuyó, pero no desapareció por completo. Entonces, el doctor le indicó tomarse unas radiografías y la envió a otro kinesiólogo, el cual le dijo que suspendiera las elongaciones que le había dado el otro profesional y que hiciera una sola por día. Sorprendentemente, esa única elongación dio mejor resultado.
A veces, las verdades simples son las mejores. Cuando le pidieron a Karl Barth que resumiera en una frase la conclusión de toda una vida dedicada a la teología, respondió: «¡Cristo me ama!». Algunos dicen que agregó: «Su Palabra dice así».
Es evidente que Dios nos ama, ya que entregó a su Hijo para rescatarnos. Cristo murió en la cruz para quitar la carga de nuestro pecado. Después, resucitó para darnos nueva vida en Él. ¡Qué amor asombroso! Como declara Juan: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios…» (1 Juan 3:1).
Desde luego, el amor de Jesús por nosotros no es un apósito ni una cura mágica para todos los problemas de la vida, sino la verdad sin igual de la que podemos depender siempre para disfrutar de la paz de Dios y tener una vida con propósito.