No estoy de acuerdo con quienes despotrican contra las posesiones materiales diciendo que tenerlas es inherentemente malo. Además, tengo que admitir que soy consumista, ya que suelo sentirme tentado a aumentar mi montón de tesoros con cosas que pienso que necesito.
No obstante, reconozco que uno de los peligros de tener muchas cosas es que puede generar pérdidas espirituales. Cuanto más tenemos y más nos parece que disponemos de todo lo que necesitamos, más tendemos a olvidar que precisamos a Dios, y nuestro deseo de tener comunión con Él disminuye. Pero, irónicamente, todo lo que poseemos procede, en definitiva, de Dios, quien «… nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1 Timoteo 6:17).
Lamentablemente, disfrutar de las provisiones divinas puede simplemente significar que terminemos amando la dádiva y olvidándonos del Dador. Por esta razón, cuando Dios estaba preparándose para darle a su pueblo una vida abundante y plena en la tierra prometida, advirtió: «Cuídate de no olvidarte del Señor tu Dios…» (Deuteronomio 8:11).
Si el Señor ha permitido que disfrutes de abundancia material, no olvides de dónde proviene. Es más, ya sea que seamos ricos en bienes de este mundo o no, todos tenemos muchas cosas por las cuales estar agradecidos. Prestemos atención a la advertencia y no nos olvidemos de Dios ni de alabarlo por su abundante bondad.