Los diamantes son gemas de mucho valor y belleza, pero empiezan siendo carbón: negro, sucio y combustible. Tras años de estar bajo un calor intenso y una elevada presión, se tornan puros y sólidos. Esto los convierte en una buena metáfora de la fortaleza espiritual: Dios utiliza fuerzas exteriores poderosas para limpiarnos de las impurezas y perfeccionar su poder en nosotros.
El apóstol Pablo afirma que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9). Ojalá no fuera cierto, porque detesto ser débil. Los tratamientos de quimioterapia y radiaciones me enseñaron más de lo que deseaba saber sobre la debilidad física. Después, un acontecimiento insignificante me hundió en un estado de debilidad emocional que me tomó desprevenida. Tras perder 90 centímetros de cabello y estar calva durante casi un año, un mal corte de cabello no tendría que haber sido nada importante. Pero lo fue, y me sentí muy tonta al haber sido tan débil. Algunos podemos crearnos una imagen falsa de fortaleza y autosuficiencia. Pero la repentina pérdida de la salud, del empleo o de una relación interpersonal preciada es un recordatorio sorprendente de nuestra total dependencia de Dios.
Cuando experimentamos el calor feroz del sufrimiento —sea físico o emocional, por alguna persecución externa o una humillación interior—, el propósito amoroso de Dios es tornarnos puros y fuertes.