¡Qué rápido puede cambiar la opinión pública! Cuando Jesús entró en Jerusalén para la fiesta de la Pascua, lo recibieron multitudes que querían que fuera su rey (Juan 12:13). Pero, cerca del final de semana, esa misma gente exigía que lo crucificaran (19:15).
Me incluyo entre esas multitudes inconstantes. Me encanta animar a un equipo que está ganando, pero pierdo interés cuando empieza a perder. Disfruto al participar en una actividad nueva y entusiasta, pero cuando el entusiasmo desaparece, quiero abandonar. Es un placer seguir a Jesús cuando obra lo imposible, pero me escabullo cuando Él espera que yo haga algo difícil. Es emocionante seguirlo cuando puedo hacerlo como parte de la multitud «aceptada». Es fácil confiar en Él cuando es más astuto que los inteligentes y más hábil que los poderosos (ver Mateo 12:10; 22:15-46). Pero cuando empieza a hablar del sufrimiento, del sacrificio y de la muerte, vacilo.
Me gusta pensar que habría seguido a Jesús hasta la cruz, pero tengo mis dudas. Después de todo, si no hablo de Él en lugares donde estoy seguro, ¿qué me hace suponer que lo haré en medio de una multitud de opositores?
Cuán agradecida estoy por la muerte de Jesús por los seguidores inconstantes, para que así podamos convertirnos en discípulos consagrados.