Se cuenta que, cuando era joven, a Robert Robinson (1735-1790) y a sus amigos les encantaba meterse en problemas. Sin embargo, a los 17 años, él escuchó un mensaje de George Whitefield, basado en Mateo 3:7, y se dio cuenta de que necesitaba que Cristo lo salvara. El Señor le cambió la vida, y se convirtió en predicador. También escribió varios himnos, entre ellos, el conocido Fuente de la vida eterna.
Últimamente, he estado meditando en la gracia asombrosa de Dios para con nosotros y en la primera estrofa de ese himno: «Fuente de la vida eterna y de toda bendición; ensalzar tu gracia tierna, debe cada corazón». Estas líneas me traen a la mente las palabras del apóstol Pablo: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5:14-15).
No podemos ganarnos el amor y la gracia de Dios. Pero como ya las ha derramado sobre nosotros, ¡no podemos evitar vivir para Él y amarlo por lo que ha hecho! No estoy seguro de cómo es el asunto, pero probablemente incluya acercarnos a Él, escuchar su Palabra, servirlo y obedecerlo motivados por la gratitud y el amor.
Como deudores, somos llamados a vivir cada día para el Señor Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros.