Mi yerno Ewing y yo asistimos a un evento deportivo, y nos encantó ver el partido y a la gente que nos rodeaba.

Una de esas personas mostró ambos lados del ser humano: lo bueno y lo malo. Aparentemente, no podía encontrar su asiento. Mientras lo buscaba, se paró justo entre nosotros y el campo de juego. Un hombre que estaba sentado delante de nosotros tampoco podía ver, entonces, le dijo: «¿Podría moverse? No podemos ver».

El hombre perdido respondió sarcásticamente: «Qué problema, ¿no?». Un segundo pedido recibió una respuesta similar, pero más acalorada. Por fin, se movió. Pero después llegó la sorpresa. Volvió y le dijo al hombre al que le había contestado mal: «Oye, lo siento. Estaba molesto porque no podía encontrar mi asiento». Se dieron la mano y el incidente terminó bien.

Ese episodio me hizo pensar que, mientras vamos por la vida luchando para encontrar nuestro lugar, las situaciones pueden frustrarnos e inducirnos a contestar de una manera que está lejos de reflejar a Cristo. Si es así, debemos pedirle a Dios que nos dé valor para disculparnos con aquellos a quienes hemos ofendido. Según Jesús, nuestra adoración depende de esto (Mateo 5:23-24).

Honramos a Dios cuando priorizamos la reconciliación con los demás. Después de reconciliarnos, podemos disfrutar plenamente la comunión con nuestro Padre celestial.