Sé que puede parecer demasiado “místico” pero en cierta manera, la relación con el Creador es así. Los que miran hacia el cielo, aprenden a vivir “desesperados” por ver a Dios, por encontrarle, por tener algo nuevo de El en cada día… En ese deseo está la base de toda la confianza, porque sabemos que nuestro Creador, tal como nos ayudó en el pasado, estará con nosotros en el futuro.
No nos queda ninguna duda, y eso precisamente es lo que enriquece nuestra existencia, ya que Dios promete estar siempre a nuestro lado y lo hace hasta en los momentos más extremos. Incluso hasta el mismo momento de la muerte.
Aunque ya conozcamos a Dios y nuestra vida tenga sentido al verle, esa sensación de necesitar más de El en cada momento, es lo que merece la pena en la vida. Es como si cada día quisiéramos estar más cerca de El, disfrutar más de la vida que El nos regala.
Porque Dios es amor, y vivimos en la medida en la que amamos. Cuanto más amamos, más vamos a sufrir, pero también más vamos a vivir. El mismo Agustin de Hipona lo dijo un día poco antes de su muerte: “Lo que hayas amado quedará, solo cenizas será el resto”.
A veces, a algunas personas les cuesta mucho comprender lo que Dios puede hacer en una vida. El llena de seguridad nuestra existencia, y no sólo en el lugar en el que estamos y lo que hacemos, y las razones porqué hacemos las cosas que hacemos, sino sobre todo saber lo que hay al otro lado, saber lo que ocurre al final de nuestra vida. Si no es así, cualquier cosa que hagamos en este mundo, puede llegar a ser muy frustrante, si se puede terminar en cualquier momento, si no tiene una dimensión eterna.
No es exagerado decir que cualquier cosa que hagamos, por muy buena que sea se quedará sólo en cenizas si no tiene una dimensión eterna. A las puertas del reino eterno de Dios, sólo el amor tiene las llaves para traspasarlo.