Las acciones de una persona pueden afectar a un grupo completo. Esta verdad se transformó en una realidad para el periodista Sebastián Junger cuando siguió a un pelotón de soldados. Junger observó que un soldado se arrimó a otro que arrastraba los cordones de las botas por el suelo. No lo encaró porque le preocupara su aspecto, sino porque los cordones desatados ponían en peligro a todo el grupo. Probablemente, trastabillaría y se caería en un momento crucial. El periodista se dio cuenta de que el problema de uno afecta a todos.
Acán tenía «los cordones de las botas desatados», y su historia nos enseña que el pecado nunca es algo privado. Después de la gran victoria en Jericó, Dios instruyó específicamente a Josué sobre qué hacer con la ciudad y el botín (Josué 6:18). El pueblo debía abstenerse de tomar lo «destinado al exterminio», y poner todo el oro y la plata porque le «pertenecen al Señor» (vv. 18-19 nvi). Pero desobedecieron la orden (7:1). Lo interesante es que no todo Israel pecó, sino solamente una persona: Acán. Pero sus acciones afectaron a todos y deshonraron a Dios.
Como seguidores de Cristo, nos pertenecemos los unos a los otros, y nuestro comportamiento personal puede impactar a todo el cuerpo y afectar el nombre del Señor. «Atémonos los cordones» para que, en forma individual o conjunta, honremos a Dios como Él merece.