Hace poco, una misionera visitó el grupo de estudio bíblico al que asisto. Describió lo que había significado embalar las cosas de su casa, despedirse de sus amigos e instalarse en un país lejano. Cuando llegaron, fueron recibidos por un floreciente tráfico de drogas y muchas carreteras peligrosas. La barrera del idioma les generó ataques de soledad, contrajeron varios virus estomacales y la hija mayor casi se mata al caerse por encima del pasamano en una escalera insegura. Necesitaban oración.
Como misionero, el apóstol Pablo experimentó peligros y dificultades. Fue encarcelado, sufrió naufragios y azotes. Con razón sus cartas contenían ruegos solicitando que oraran por él. Les pidió a los creyentes de Tesalónica que intercedieran en oración para que tuviera éxito en la extensión del evangelio, para que la Palabra de Dios corriera y fuera glorificada (2 Tesalonicenses 3:1) y para que el Señor lo librara de «hombres perversos y malos» (v. 2). Sabía que necesitaría «abrir [su] boca […] con denuedo» y declarar el evangelio (Efesios 6:19), actividades que también constituían otro pedido de oración.
¿Conoces personas que necesitan ayuda sobrenatural mientras difunden la buena nueva de Cristo? Recuerda la apelación de Pablo: «… hermanos, orad por nosotros…» (2 Tesalonicenses 3:1), e intercede por ellos delante del trono de nuestro Dios poderoso.