Hace varios años apareció en la prensa la historia de un contable de una empresa que se suicidó. Rápidamente se hizo una auditoria para examinar las cuentas sospechando que el desfalco sería muy importante.

Pero aparentemente todo estaba bien. Después de varios días estudiando si habría algo equivocado en las cuentas, se comprobó que todo estaba perfecto, hasta que alguien encontró una nota que decía: “me quito la vida porque en treinta años de trabajo nadie me dio nunca una sola palabra de aliento o de agradecimiento, estoy cansado de todo”.

Palabras de gratitud y de aliento, no podemos vivir sin ellas. Puede que lo tengamos todo o casi todo, pero si nadie admira lo que hacemos, nuestra vida parece perder todo el sentido. El problema es que muchas veces vivimos pensando que el mundo nos pertenece, y pocas veces somos capaces de agradecer lo que otros hacen. A veces por desidia., a veces por arrogancia, el caso es que llegamos a creer que todos están obligados a hacer lo que le pedimos.

Nos acostumbramos a exigir, a pedir siempre, a querer que los demás cumplan nuestros deseos sin agradecerles nada. Ese es uno de los mayores peligros en las relaciones personales, en las empresas, en los equipos, en las Iglesias, en cualquier lugar dónde alguien trabaja para otro.

Siempre existen personas que te llaman, te escriben, te “persiguen” literalmente para que hagas lo que necesitan de ti, y más tarde no son capaces de agradecer absolutamente nada. Simplemente “desapareces” de sus vidas cuando ya no eres necesario. Jamás vuelven a interesarse por ti.

Pocas veces llegamos a comprender la importancia de llamar a alguien sólo para saber cómo está. Sólo para hablar, sin pedir nada, sin necesitar nada.

Recuerdo hace sólo unos meses el día de Nochebuena, cuando por una serie de circunstancias me sentía triste y de repente llegó la llamada de un buen amigo. No quería nada ni pedía nada, sólo quería saber cómo estaba, y la verdad es que esa llamada fue mucho mejor que un buen regalo.

Pensar en otros y preocuparnos por ellos, llamarlos para saber cómo están y agradecer su amistad es algo de un valor incalculable. Decirle a alguien sinceramente que le quieres y le echas de menos puede ser mucho mejor que cualquier regalo.

Piensa en tu propia familia, en los que están cerca de ti. Habla y agradece sus vidas. No dejes pasar muchos días sin hacerles saber lo importantes que son. Y si tú mismo/a estás pasando un momento difícil en el que todos parecen ausentes y nadie se preocupa en darte una palabra de ánimo, recuerda que hay alguien que nunca falla, que nunca nos abandona: “El Señor es todo lo que tengo, en El esperaré”(*)


(*) Lamentaciones 3:24

Jaime Fernández es escritor, músico y director del programa «Nacer de Novo» (TVG)

© J. Fdez. Garrido, (España, 2010).