Después de diez años de alquilar una casa en un lugar encantador, nos enteramos de que el dueño tenía que venderla de inmediato. Le pedí a Dios que permitiera que mi esposa y yo nos quedáramos en ese lugar que habíamos convertido en nuestro hogar y donde habíamos visto crecer a nuestros hijos. Pero el Señor dijo que no.
Cuando se trata de mis necesidades personales, tengo temor de estar pidiendo algo incorrecto o de no ser digno de tal petición. Pero la negativa divina no debe hacer tambalear nuestra fe cuando estamos cimentados en (rodeados de, me gusta decir) su amor. En Efesios 3, Pablo comprendía que los que conocen íntimamente el amor de Cristo (vv. 16-17) pueden confiar en que Dios tiene motivos para decir que no.
Poco después de oír el «no» de Dios a mi pedido, unos amigos de la iglesia ofrecieron alquilarnos una casa que ellos estaban dejando. Nuestro nuevo lugar (con electrodomésticos nuevos, fontanería nueva, instalación eléctrica nueva y una habitación adicional) está frente al mar; un idílico paisaje de barcos, velas y sonidos que nos recuerdan diariamente que Dios es mayor que cualquier cuestión que enfrentemos. Nuestro Padre amoroso se valió de amigos amorosos para darnos más de lo que habíamos pedido.
Ya sea que el Señor nos dé más de lo que imaginábamos o menos de lo que deseábamos, podemos confiar en que sus planes son mucho mejores que los nuestros.