Katie entró nerviosa a la fiesta del grupo juvenil de la iglesia a la que Linda la había invitado. No había ido a una iglesia desde que era niña y no sabía qué esperar en una cena para celebrar el día de los enamorados con personas en su mayoría desconocidas. Pero su corazón empezó a tranquilizarse cuando encontró varias notas afectuosas sobre su plato, escritas para ella por todos los presentes. También tenían tarjetas para intercambiar, pero a Katie la conmovió que pensaran en hacer eso por ella, que solo estaba de visita.
Se sintió tan cómoda, que aceptó la invitación de Linda a asistir a un culto en la iglesia. Allí escuchó que Dios la amaba a pesar de su pecado, y aceptó el perdón que Jesús le ofrecía. El grupo juvenil le había compartido la fragancia del amor divino, y Dios le abrió el corazón para que confiara en Él.
«Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros», declaró el apóstol Juan (1 Juan 4:11). Ese amor es para nuestros hermanos en Cristo y para aquellos que todavía no lo conocen. Ray Stedman escribió: «Cuando el amor de Dios brilla en nuestro corazón, nos volvemos más receptivos con los demás. Esto permite que la fragancia de su amor fluya y atraiga a quienes nos rodean». El grupo juvenil hizo eso por Katie.
Dios puede difundir la fragancia de su amor a través de nosotros hoy.