La madre y terapeuta Lori Gottlieb dice que los padres que están obsesionados con la felicidad de sus hijos tal vez estén contribuyendo a que se conviertan en adultos desdichados. Los consienten, no los preparan para enfrentar el mundo real, miran para otro lado cuando hacen algo malo y tampoco los disciplinan.
En 1 Samuel, leemos que el sumo sacerdote Elí solía hacer la vista gorda. No sabemos cómo fue como padre cuando sus hijos eran jóvenes, pero no se ocupó debidamente del tema de su mal comportamiento cuando fueron ya adultos y servían en el templo de Dios. Eran egoístas, lujuriosos y rebeldes, y ponían sus propias necesidades por encima de la Palabra de Dios y de las carencias de los demás. Al principio, Elí los reprendió porque no obedecían, pero, en vez de destituirlos del servicio, se desentendió de la situación y dejó que siguieran con su pecado. Como consecuencia de los pecados de sus hijos y por haberlos honrado más que al Señor (1 Samuel 2:29), Dios le advirtió a Elí que su familia sería juzgada (v. 34; 4:17-18).
Como padres cristianos, tenemos la enorme responsabilidad de disciplinar con amor a nuestros hijos (Proverbios 13:24; 29:17; Hebreos 12:9-11). Cuando les impartimos la sabiduría de Dios, tenemos la bendición de poder ayudarlos para que lleguen a ser adultos responsables y temerosos del Señor.