¿Alguna vez quedaste atrapado en una conversación con alguien que solo hablaba de sí mismo? Para ser cortés, entablas un diálogo formulando preguntas. El otro empieza a hablar sin parar de sus cosas y nunca te pregunta nada. Todo gira alrededor de esa persona… y nada sobre ti.
Imagina cómo se siente tal vez nuestro Padre celestial cuando escucha nuestras oraciones durante el tiempo devocional. Quizá hemos leído una porción de su Palabra, pero después, al orar, cambiamos de tema y nos enfocamos exclusivamente en nuestras necesidades. Le pedimos que nos ayude a resolver un problema, que supla nuestras necesidades financieras o que cure una enfermedad. Sin embargo, el pasaje que acabamos de leer ni siquiera forma parte de nuestras plegarias. Lo que Dios nos ha dicho pasa completamente inadvertido.
Al parecer, el escritor del Salmo 119 no tenía esta perspectiva, sino que pedía que el Señor lo ayudara a entender la Palabra. Por eso, decía: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley» (v. 18). Además, mientras oraba, expresaba cuánto apreciaba las Escrituras, al denominarlas sus «delicias» (v. 24).
Desarrollemos el hábito de orar en respuesta a la Palabra. Esto podría llegar a transformar nuestro tiempo devocional. La lectura bíblica y la oración deben reflejar una comunicación de ida y vuelta.