Tengo un amigo muy bueno con quien suelo ir de pesca. Después de ponerse las botas de pescador y juntar todo el equipo, se sienta en la puerta trasera de su camioneta y observa el río durante unos 15 minutos, para ver si salta algún pez. «No tiene sentido pescar donde no hay peces», dice. Esto me lleva a pensar en otra pregunta: «¿Pesco almas donde no están?».
Se decía de Jesús que era «amigo de publicanos y de pecadores» (Lucas 7:34). Como creyentes, nuestra conducta debe ser diferente a la del mundo, pero hay que estar allí como lo hizo el Señor. Debemos preguntarnos: «¿Tengo, como Jesús, amigos pecadores? Si todos mis amigos son creyentes, tal vez esté pescando almas donde no hay».
Estar con los incrédulos es la primera lección sobre «pesca». Después, sigue el amor, un corazón tierno que ve más allá de lo superficial y escucha el clamor más profundo del alma. A continuación, surge la compasión. Como dijo el pastor George Herbert: «Hay mucha predicación en esta amistad».
Esa clase de amor no es un instinto natural, sino que proviene únicamente de Dios. Por eso, oramos: «Señor, cuando hoy esté con los incrédulos, ayúdame a captar la voz apagada, el rostro sombrío o los ojos apesadumbrados que, al estar sumergido en mis preocupaciones, podría fácilmente pasar por alto. Que tenga un amor arraigado en el tuyo y que brote de ti. Que hoy escuche a los demás, demuestre compasión y hable tu verdad».