Hasta el día en que fui hallada, no sabía que estaba perdida. Hacía las tareas, como de costumbre. Pasaba de una actividad a otra, me distraía con una cosa y con otra. Pero, entonces, recibí un correo electrónico con el título: «Creo que eres mi prima». Cuando leí el mensaje de mi parienta, me enteré de que ella y otra prima habían estado buscando mi rama de la familia durante casi diez años. Esta otra prima le había prometido a su padre, poco antes de que este muriera, que buscaría a sus familiares.
Yo no había hecho nada para estar perdida ni tampoco tuve que hacer nada para que me encontraran, excepto reconocer que yo era la persona que habían estado buscando. Saber que ellos habían dedicado tanto tiempo y energía para encontrar a nuestra familia me hizo sentir especial.
Esto me llevó a pensar en las parábolas de los «objetos perdidos», en Lucas 15: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido. Siempre que nos alejamos de Dios, ya sea intencionalmente, como el hijo pródigo, o involuntariamente, como la oveja, Él nos busca. Aunque tal vez no nos «sintamos» perdidos: si no tenemos comunión con Dios, lo estamos. Para ser hallados, debemos darnos cuenta de que el Señor está buscándonos (Lucas 19:10) y reconocer que estamos separados de Él. Si regresamos con humildad, podemos volver a reunirnos con Dios y ser restaurados a la comunión familiar.