Imagina a María, una joven virgen, a quien el angel Gabriel
que ella habría de tener un hijo que Él sería el Salvador
del mundo. El asombro. La maravilla. El preguntarse. ¿Cómo?
¿Por qué? ¿Quién?

En aquellos días, una muchacha embarazada no casada
ponía demasiado en riesgo. Si el padre del niño no se casaba
con ella, probablemente la muchacha no se casaría jamás. Si su
propio padre la rechazaba, podría verse obligada a pedir limosna o
volverse prostituta para ganarse la vida. ¿Y el hecho de que María
afirmaba estar embarazada del Espíritu Santo? También podría
habérsele considerado loca. Pero mira la respuesta de María:
«He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu
palabra» (Lucas 1:38).

¿Recuerdas cómo Abraham y Sara respondieron cuando se
les dijo que iban a tener un hijo en su vejez? ¡Sara se rió!
(Génesis 18:9-15). ¿Y qué acerca de Zacarías al escuchar que él y
su esposa tendrían un bebé? Él dudó (Lucas 1:18) y el angel lo
dejó mudo por el resto del embarazo de su esposa debido a su
incredulidad (v. 20).

Es probable que María no tuviera ni idea de qué le deparaba
el futuro a ella o a su hijo. No sabía si sus amigos la ridiculizarían;
no sabía que su hijo sería rechazado y asesinado. Pero tampoco
preguntó por los detalles. Sólo sabía que Dios le estaba pidiendo
que lo sirviera, y ella lo hizo con mucha disposición y obediencia.
¡Qué tal fe! Dios demostró una vez más que podía usar, y que
de hecho usa a personas ordinarias y ocasionalmente eventos
extraordinarios para lograr Sus propósitos.
¿Qué te está pidiendo Dios que hagas? ¿Qué muestra tu
respuesta a las circunstancias inesperadas acerca de tu carácter?

¿Qué muestra esto acerca de tu relación con Dios? No esperes
todos los hechos antes de ofrecer tu vida a Dios. Y no pienses
que no estás listo para ser usado por Dios porque no eres lo
suficientemente «especial.»
Sé como María, quien de buena gana ofreció su vida sencilla
y ordinaria sin reservas. —Peggy Willison, Michigan
Escrito por una amiga lectora de Nuestro Andar Diario.