Mi mente corre en 102 direcciones diferentes;
Por toda mi reducida habitación me encuentro caminando de un lado a otro.
Desesperado, trato de establecer un equilibrio.
Pero, parece que carezco de los talentos.
Gentil, suavemente, susurras a mi oído —
«Estad quieto, y sabed que yo soy Dios.»
Corriendo en un frenesí, buscando respuestas,
estoy demasiado ocupado para escuchar —
«Estad quieto, y sabed que yo soy Dios.»
Fatigado, me derrumbo en la comodidad de mi cama;
Abrumado, trato en vano de planificar el día por delante.
Reconozco que mi dependencia en el yo es algo inútil.
Tu constante fuerza en mi vida es de importancia crucial.
Dices, «Soy todo lo que necesitas;
Sin mí no lo lograrás.
Seré tu refugio, tu escondite.
Tan sólo calma tu espíritu angustiado y busca Mi rostro.
«No se trata de ti ; sólo se trata de Mí.
Ahora proclama al mundo lo que he hecho por ti.
Trae gloria a Mi nombre.
Di cómo nunca volverás a ser el mismo.»
Hay momentos en que estamos atribulados cuando llevamos
cargas pesadas. Podemos encontrar consuelo en las palabras de
Jesús, «Venid a mí . . . y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Pero
darle nuestros problemas a Jesús no significa que todo se
solucionará de manera instantánea.
Escribí el poema de arriba luego de un período de dos semanas
cuando parecía que cada vez que se resolvía una dificultad, surgían
tres más. En medio de todo, Dios me enseñó algunas lecciones.
Primero, debo aquietar mi mente atareada delante de Dios.
Segundo, debo recordar que nadie puede quitarme mi gozo (Juan
16:22). Tengo esperanza para el futuro, y necesito compartir esa
esperanza con aquéllos a mí alrededor. Tercero, debo reconocer que
Sus caminos son más elevados que los míos (Isaías 55:9).
Puede que no entendamos ahora por qué suceden los malos
sucesos, pero Dios ve más allá hoy — hacia la eternidad.
—Julie Hamm, Ohio
Escrito por una amiga lectora de Nuestro Andar Diario.