Amenudo, durante los años de nuestro crecimiento, mis
hermanas y yo comenzábamos quejándonos por algo
— exhibiendo así nuestro egocentrismo. Mi padre decía,
«Un mono no detiene el espectáculo.» No estaba siendo
degradante ni nos estaba llamando monos. No, su mensaje era
claro: «Tú no eres la única persona que vive en esta casa, y no
no vamos a detenernos y a inclinarnos en obediencia a tu
demanda egocéntrica.»
Mi padre tenía un sexto sentido para el egoísmo. No lo
soportaba. Decía, «Puedes quejarte y hacer lo que sea que
quieras y pagarás las consecuencias por ello, pero no detendrá
nada por aquí.»
Algunos cristianos son quejumbrosos sofisticados. Actuamos
como si Dios nos debiera un lugar en el centro del escenario.
Los que se lloriquean y se quejan por todo lo hacen porque
quieren atención. Todos somos egoístas. La Biblia dice, «Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada
cual porsu camino» (Isaías 53:6).
El egoísmo es un pecado en el que todos tienen igualdad de
oportunidades. Está acuñado en el alma de todos. Algunos de
nosotros simplemente somos más egoístas que los demás. El
egoísmo es feo y destructivo y motivado por el orgullo. Dice, «Yo
soy a quien se le tiene que prestar atención — Yo la paro.»
En Filipenses 2 encontramos que necesitamos enfrentar
nuestro egoísmo, buscar vencerlo, y conquistarlo. Pablo escribió,
«Dejen de ser tan testarudos. Dejen de exigir que todo se haga a
su modo. Dejen de manipula cada situación para conseguir y
hacer lo que quieran. No enfoquen las cosas de esa manera.» La
esencia de ser a la imagen de Cristo no es exigir lo que queremos
— sino rendirnos . . . considerar a los demás más importantes que
nosotros o que nuestra agenda. Nuestra motivación no debe ser
salirnos con la nuestra sino más bien, hacer lo que es correcto. La
obra de Dios, la voluntad de Dios, y el Reino de Dios son más
grandes que nosotros.
Dios nos ha llamado a vivir en comunidad con los demás.
Necesitamos centrarnos en lo que es correcto y no en lo que
queremos, porque . . . en realidad . . . «un mono no detiene el
espectáculo.» —CWL