Cuando era niña, el relato bíblico de Abraham atando a Isaac
al altar invocaba pensamientos aterradores dentro de mí.
«Papá», recuerdo haber preguntad, «¿qué harías si Dios te
dijera que me ofrecieras en el altar?» Yo apoyaba y comprendía la
confusión y el temor profundos que deben haberse apoderado de
Isaac cuando éste yacía atado sobre el altar, y viendo a su amado
padre sosteniendo un cuchillo sobre él. ¿Qué le impediría a Dios
decirle a mi padre que hiciera lo mismo conmigo?
Recuerdo vivamente la amable respuesta de mi padre a mi
pregunta. Él me aseguró que siempre le sería obediente a Dios,
pero que en este tiempo no creía que Dios le pidiera que me
ofreciera a mí, su hija, en sacrificio sobre un altar.
Su respuesta calmó mis jóvenes temores, pero recientemente
medité nuevamente sobre esta historia. Esta vez pensé en las
preguntas que debieron haberse arremolinado en la mente de
Abraham mientras consideraba asesinar a su hijo.
Ciertas circunstancias en mi vida me relacionaron con este
momento de la historia porque necesitaba ofrecerle a Dios de
vuelta una de Sus preciadas bendiciones. Me preguntaba si
Abraham cuestionó por qué Dios le daría una visión clara, una
promesa, y luego le pediría que sacrificara no sólo a su hijo,
sino —aparentemente— la esperanza del cumplimiento de esa
misma promesa.
Dios puso a prueba a Abraham. Él obedeció, creyendo que
Dios resucitaría a Isaac.
Es fácil ofrecerle a Dios el pecado de nuestra vida, pero
es mucho más difícil ofrecerle a Dios de vuelta las buenas y
excelentes bendiciones que nos ha dado en la forma de
relaciones, carrera, o seguridad financiera. Abraham estuvo
dispuesto a sacrificar Su bendición más grande.
Dios desea que estemos dispuestos a darle lo mejor de
nosotros. Nos pide que no amemos las relaciones más que a Él.
Él desea que no obedezcamos a los llamados de nuestro trabajo
dado por Dios, o a nuestra visión, en lugar de al Dios vivo. Él sabe
que a nosotros nos corresponde creer y obedecerle sólo a Él. Dale
lo que Él desea hoy. —Sarah Angell, Nueva York
Escrito por una amiga lectora de Nuestro Andar Diario