La confusión de Nicodemo era de entenderse. Jesús estaba
diciendo cosas que no le eran familiares. Al desplazarse
bajo el manto de la oscuridad para encontrarse con el
revolucionario que era odiado por la mayoría de sus compañeros
miembros del Sanedrín, Nicodemo había esperado algunas
declaraciones extrañas de parte de este profeta controversial.
Pero lo que acababa de escuchar de labios de Jesús — bueno,
parecía bizarro.
¿Cómo puede un hombre adulto volver a acurrucarse en el
vientre de su madre? Incluso si pudiera, ¿por qué querría hacerlo?
¿Qué rayos está diciendo Jesús?
Nicodemo se dio contra la tensión central de cualquiera que
se encuentra con Jesús — y debe aceptarlo. Nosotros, criaturas
prosaicas, hemos crecido acostumbrados a lo que vemos y olemos.
Estamos tranquilos con las vistas y los sonidos de lo que podemos
agarrar y tocar. Esto es la vida, suponemos. Lo que entiendo. Lo
que veo. Aquello que puedo envolver con mis brazos y mi mente.
El mundo real, el único mundo, es todo esto — lo que puedo
agarrar y controlar.
Jesús hizo añicos este ideal pintoresco y cómodo con otra
realidad: el mundo más real no es lo que vemos sino lo que no
podemos ver.
Jesús nos recuerda que nuestro pecado y nuestra humanidad
a menudo obran en contra nuestra. Alientan la atrofia de nuestros
sentidos más profundos, nuestros sentidos sintonizados con Dios.
Y a esto, Jesús responde con palabras perturbadoras, palabras
reales. Nos dice que hay más. Nos dice que nuestros anhelos por
una vida más profunda no son fantasías extravagantes, sino
reflexiones de lo que ahora no se puede ver.
Rumi, en uno de sus poemas, le pide al lector que imagine
una conversación con un embrión, alentándolo a que deje su
cálido capullo y que adopte el mundo exterior que es «vasto e
intrincado», donde hay «campos de trigo y pasos de montaña . . .
millones de galaxias . . . [y] amigos bailando en una boda.» Pero el
embrión responde: No hay «otro mundo.» Yo sólo conozco lo que
he experimentado.
Lo que no podemos ver —lo que no hemos experimentado—
nos llama. El Espíritu de Dios nos hace señas para que nos
acerquemos, como lo hizo con Nicodemo, al mundo que está justo
frente a nosotros. Aun si no lo podemos ver. —WC