Un corazón destrozado puede doler tanto como una pierna
rota. Un estudio realizado por investigadores de California
encontró que sentimos el dolor del rechazo social en la
misma zona de nuestro cerebro que siente el dolor físico. Al
escribir acerca de estos hallazgos en la revista Science (Ciencia),
la Dra. Naomi Eisenberger de la UCLA dijo que el estudio sugiere
que la exclusión social de cualquier tipo, sea que se trate de un
divorcio, no ser invitado a una fiesta, o ser desairado por algún
amigo, causaría angustia en la misma región del cerebro que
siente el dolor físico.
Un psicólogo que comentó sobre el estudio dijo que estos
modernos hallazgos científicos apoyan lo que los poetas han
escrito por siglos — el dolor de un corazón destrozado.
Es digno de notar que la profecía de Isaías del Mesías decía
que el Salvador «para vendar a los quebrantados de corazón, para
proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros»
(Isaías 61:1). Él vendría «para conceder que a los que lloran en
Sion se les dé diadema en vez de ceniza» a reemplazar su lamento
por alegría, y a convertir su desesperación en alabanza (v.3).
Cuando Jesús comenzó Su obra entre las personas de Su
pueblo natal, Nazaret, leyó aquellas palabras de Isaías para
explicar quién era y de quién se trataba (Lucas 4:14-20). Las
personas lo escucharon complacidas, hasta que Jesús puso el
dedo en sus deficiencias espirituales — luego lo echaron fuera.
Fue rechazado por aquéllos a quienes había venido a salvar.
No pudo ayudar a esas personas en Nazaret y no puede
ayudarnos a nosotros si lo alejamos con un empujón. Para
experimentar la sanidad de Jesús, debemos invitarlo a la parte
más profunda de nuestro corazón y permitirle sentirse como en
casa allí. Él nos creó, nos conoce, y entiende cómo nos sentimos
cuando alguien más nos dice que nos vayamos. Y Jesús tiene el
poder para sanar.
Si tu corazón está destrozado hoy, ¿por qué no se le abres a
Jesús y le pides que cure tu espíritu que sufre. Eso fue lo que vino
a hacer. —DCM