El templo había sido arrasado durante la conquista babilónica. No quedó más que escombros y cenizas luego que los merodeadores hubieron terminado de saquear la ciudad. Y ahora Dios estaba listo para reconstruir.

 

El pueblo estaba ansioso. Habían cavado profundo y habían dado todo lo que pudieron ahorrar. Se entregó joyas, cosechas, vino, y animales con alegría para la causa. El templo, el lugar donde residiría la presencia de Dios, estaría una vez más en medio de ellos. La tarea era abrumadora, y sus recursos, limitados. Este esfuerzo no se mediría en meses. Pasarían décadas antes de que el pueblo culminara el proyecto.

 

Así que, tal vez sea de sorprender que cuando las tribus vecinas se ofrecieron a dar una mano, los líderes israelitas la rechazaron de plano. «No tendrán parte en ello,» dijeron. Pudieron haber hecho uso de unas cuantas manos extra y tal vez de unos cuantos bueyes más para jalar la madera y la piedra hasta el monte del templo. Podrían haber usado más oro, más ladrillos, más plata. Pero su respuesta al ofrecimiento de ayuda fue un simple y rotundo no.

 

Los israelitas hicieron más de los que les tocaba en cuanto a decisiones torpes durante sus años en el exilio. Hubo muchas veces cuando se olvidaron de su historia —y de su futuro— y tomaron decisiones con poca visión de futuro con consecuencias desastrosas. Pero no en este día. El pueblo de Dios sabía que sus vecinos extranjeros trastocarían su causa. En los años que siguieron, estas otras tribus hicieron todo esfuerzo que les fue posible por interrumpir el avance en la obra del templo. No se conoce los motivos exactos de estas tribus problemáticas. ¿Era su intención ser una molestia constante, o quedaron perturbadas cuando se desdeñó su ofrecimiento de ayuda? De cualquier modo, sus acciones revelaron su corazón. No eran el tipo de personas que se querría para construir la casa de Dios.

 

La negativa a recibir ayuda del antiguo Israel podría haber parecido arrogante o tonto. Resultó ser inmensamente sabio. Me pregunto, cuando se me ofrece una amistad que sería gratificante pero que al final se vuelve nociva, o una oportunidad que tiene un olor dulce pero que al madurar llevará al desastre, ¿tendré la sabiduría para ofrecer un simple y rotundo no? —WC