Éste era un día de clamorosa celebración. Era el Día de la Independencia y el Día de Acción de Gracias envuelto en una sola festividad. Un pueblo exiliado había regresado a casa desde muy lejos. El centro espiritual de sus vidas, el templo, estaba por comenzar a ser restaurado. La música era una parte muy importante de las festividades. Un grupo cantaba acerca de Dios, «¡Porque Él es bueno!» Luego, otro respondía, «Porque para siempre es su misericordia sobre Israel.»

 

Cincuenta años antes, en el año 586 a.C., el templo de Salomón había sido destruido e Israel había llevada al exilio a Babilonia. Ahora, de vuelta en la Tierra Prometida, la respuesta de los adoradores era mixta. Los más jóvenes en la multitud habían escuchado historias acerca de la gloria anterior del templo pero en realidad jamás lo habían visto. Y ahora, la juventud optimista estaba estática en cuanto a cómo estaba por reconstruirse la santa estructura. Pero los más ancianos en la multitud, quienes de hecho había visto el templo de Salomón antes de su destrucción, se daban cuenta que ni siquiera sus mejores esfuerzos restaurarían la antigua gloria de este lugar de adoración. Los ancianos lloraban.

 

Las experiencias en la vida de cada persona afectan la manera como ésta ve un nuevo comienzo. Alguien ha dicho sabiamente, «La vida es una serie de pérdidas y ganancias.» Una relación, posesión, o circunstancia muy apreciadas llegan a nuestra vida trayendo gran gozo y satisfacción. Para el corazón entregado del creyente, puede ofrecer una plataforma para la alabanza.

 

Luego, inesperadamente, nos la arrancan de nuestras manos. Puede que nos sintamos traicionados. Sufriendo su pérdida, soñamos despiertos acerca de cuán grandiosa era la vida cuando la teníamos, y nos preguntamos por qué Dios se la llevó. Luego de un tiempo, se nos da otra cosa en su lugar. A menudo toma la forma de un nuevo comienzo por medio de relaciones o circunstancias.

 

La respuesta depende de nosotros. ¿Le agradecemos a Dios y aceptamos la nueva oportunidad, o meditamos en los «Buenos tiempos de antaño»? Lo sabio es cultivar el hábito espiritual de dar gracias en toda circunstancia (1 Tesalonicenses 5:18). Algunas veces significa alabar a Dios a través de nuestras lágrimas. —HDF