Aunque no toco ningún instrumento musical, siempre disfruto de excelentes composiciones escritas por músicos consumados. ¡Su creatividad y dominio me asombran! Toma el piano por ejemplo. Puede que parezca ser una simple estructura de madera con una hilera de teclas negras y blancas. Pero bajo las manos de un maestro pianista, cobra vida, llevándonos al mundo del músico. Compartimos su gozo y su dolor, su esperanza y su angustia.
Siempre que observo y escucho tocar a un pianista consumado, recuerdo la manera en que Dios me usa como Su instrumento. Yo soy el piano, ¡y Dios es el gran pianista! Cualquier buena música que sale de mí y que enriquece las vidas de los demás sólo se debe a la creatividad y dominio de Dios mismo.
La primera vez que tuve que hablar frente a un grupo, estaba muy nervioso y asustado de decir algo errado o decirlo de manera incorrecta. Oré desesperadamente y le pedí ayuda a Dios. Sin embargo, después de haber hablado unas cuantas veces y de haber recibido una lluvia de halagos y afirmación, comencé a pensar que era bastante bueno y que podía hacerlo por mi cuenta. Me había olvidado que simplemente soy el piano. Es el Gran Músico quien produce buena música en mí.
Hoy leímos acerca del rey Uzías. Después de hacerse poderoso, él también se enorgulleció e incluso buscó desafiar a los sacerdotes designados por Dios. El Señor tuvo que enseñarle una lección dolorosa. Aunque el autor de Crónicas había querido enseñarle a Israel a recordar a no rechazar el gobierno de Dios en sus vidas, la lectura de hoy nos ayuda a ser humildes delante de Dios y a serle fieles.
Somos Sus instrumentos, y es Él quien elige obrar en nosotros y a través de nosotros en primer lugar. Qué Él cree bella música en nosotros hoy. —LCC