Está bien, lo admito. Soy un tremendo fanático de James Bond. Por más de 40 años, el carismático, calmado, y bien parecido espía británico ha cautivado audiencias por su capacidad para rastrear un instrumento de perdición por todo el planeta y salvar al mundo de la aniquilación.
Junto con las habilidades investigadoras del agente 007, los atributos más increíbles de la serie de películas Bond son las armas de última generación, los veloces y lujosos automóviles con la más moderna tecnología, sin mencionar las proezas impresionantes.
Sus películas a menudo comienzan con Bond escabulléndose en el campamento enemigo, o con él ya dentro de éste. Con su armamento único y sus reflejos felinos, puede encontrar la pieza faltante de un rompecabezas más grande o frustrar un plan diabólico para la destrucción del mundo. Sin embargo, lo asombroso es que James Bond trabaja solo la mayor parte del tiempo.
Un muchacho pastor llamado David, el más joven de los hijos de Isaí, no contaba con armamento de alta tecnología alguno, ni hacía uso de proeza alguna. Pero Dios usó a este humilde medio para librar a los israelitas de las manos opresoras del enemigo (1 Samuel 17). El mecanismo de defensa de David fueron cinco piedras lisas y el Espíritu del Dios viviente; David estuvo solo y derribó al obstáculo «gigante» que se irguió delante de los israelitas por 40 días.
Jesús se sacrificó muriendo en la cruz para que toda la humanidad pudiera ser salvada de la destrucción eterna. Al tercer día resucitó, victorioso sobre la muerte, la vergüenza y la culpa. Éste fue el mecanismo de defensa más grande.
El mecanismo de defensa del cristiano hoy es la Biblia. Efesios 6:17 nos manda «tomad . . . la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios», para que podamos resistir los esquemas del Diablo.
«Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10:4). Dios nos dejó Su Palabra para que podamos defendernos y resistir al enemigo. —Monique Martin, Nueva York