La mayor parte del tiempo vivimos en la cultura de la «persona emprendedora» —una cultura que está llena de clichés tales como: «¡Simplemente hazlo!» y «¡Vive la vida toda máquina!» Así que no es ninguna sorpresa que las personas tengan la tendencia a medir el valor de su vida en base a cuánto están produciendo en masa y logrando. Algunas llenan sus vidas al tope con actividad constante porque sienten que esto le da más significado a su vida. En un mundo apresurado y atareado, si estamos solos y no estamos haciendo algo «activo» o no estamos «aprovechando el momento», se nos ve como que nos estamos perdiendo la vida. Pero como creyentes, ¿acaso debe ser ésta nuestra actitud hacia la vida?
En Salmos 46:10, Dios nos dice, «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios.» Tener un tiempo a solas y en silencio es una de las mejores oportunidades para buscar a Dios y meditar en Su Palabra. Es la esencia del tiempo en quietud. Y siempre que estamos solos, recibimos la oportunidad de evitar estar angustiados por la vida, porque el valor que encontramos en ella proviene de nuestra relación con Dios, en vez de las tareas que se marcan como ya hechas en una larga lista de cosas por hacer (Filipenses 4:6).
En todo el mundo hay personas que están atrapadas en una lucha interminable por ocuparse y distraerse con los eventos de la vida — irónicamente, para escapar de las dificultades del vivir. Para algunos, el temor a darse cuenta del vacío y la incertidumbr de sus luchas puede ser algo demasiado doloroso de soportar. Pero como creyentes e hijos de gracia, sabemos que Dios nos dio la vida para que podamos tener una relación significativa con Él. Él ha provisto el medio para lidiar con todas nuestras incertidumbres — Su Palabra.
Ahora bien, no hay nada malo con trabajar con diligencia o en hacer algo «activo», pero también debemos valorar el regalo de la soledad. La próxima vez que estés solo, acuérdate de «aprovechar el momento» estando quieto delante de Dios. Será tiempo bien invertido. —David Yuen, Nueva Jersey