Hay miles de denominaciones dentro de las filas del protestantismo. Las divisiones, las separaciones de las divisiones y las separaciones de las separaciones han producido denominaciones de gran y pequeña envergadura, y evangélicos de toda tendencia: desde los que practican la adoración contemporánea a aquellos que practican una altamente litúrgica; desde los que hablan en lenguas a aquellos grupos centrados en una personalidad que siguen a líderes sectarios. Y todos los que se encuentran entre estos extremos.
En la novela de John Grisham, The Last Juror(El último miembro del jurado), el protagonista, el joven dueño y editor de un periódico, visita cada una de las iglesias del condado de Mississippi adonde vive. El periodista escribió: «Las denominaciones eran variadas y desconcertantes. ¿Cómo podían los protestantes, siendo que todos afirmaban seguir los mismos principios básicos, estar tan divididos? Básicamente estaban de acuerdo en que (1) Jesús era el único Hijo de Dios; (2) nació de una virgen; (3) vivió una vida perfecta; (4) fue perseguido por los judíos, arrestado y crucificado por los romanos; (5) resucitó de entre los muertos al tercer día y después ascendió al cielo; (6) algunos creían —aunque había muchas variaciones al respecto— que uno debía a seguir a Cristo en bautismo y en fe para lograr llegar al cielo. La doctrina era bastante sencilla, pero el diablo estaba en los detalles.»
El aspecto positivo de esta cita es que le permitió a Grisham presentar el evangelio a sus millones de lectores. Sin embargo, la parte final de la declaración es mucho más cierta de lo que nos gustaría creer. Las diferencias que llevan a los desacuerdos llenos de enojo y amargura probablemente comenzaron como convicciones sinceras. Pero el orgullo, la terquedad, la ira, las amargas acusaciones y las mentiras pronto le dieron a Satanás la apertura que necesitaba para dividir el cuerpo de Cristo.
Es importante tener la razón bíblica y teológicamente. Pero como en muchos aspectos de la vida, el orgullo y el yo pronto eclipsan los intereses legítimos. Al diablo le encanta cuando puede usar detalles mínimos para fracturar la Iglesia.
Pero cuando lo atamos de manos al estar de acuerdo con los aspectos básicos y negarnos a dejar que las diferencias de poca importancia nos dividan o nos hagan pecar, la obra unida de Dios seguirá adelante sin traerle vergüenza. —DCE