Dietrich Bonhoeffer era un joven pastor de Alemania que tuvo el valor de oponerse al partido Nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Su oposición le costó muy cara: su propia vida.

Tal vez se le recuerde más por su libro El costo del discipulado. Una frase de su libro que los creyentes en Jesús usan es «gracia barata». He aquí cómo este mártir de nuestros días definió el concepto:

«Gracia barata significa la gracia que se vende en el mercado como baratija. Los sacramentos, el perdón de pecado y los consuelos de la religión se lanzan a precios recortados. A la gracia se la representa como el erario inagotable de la iglesia, desde donde ella derrama bendiciones con manos generosas sin hacer preguntas ni fijar límites. Gracia sin precio; ¡gracia sin costo! Suponemos que la esencia de la gracia es que la cuenta ha sid pagada por adelantado; y, debido a que ha sido pagada, se puede tener todo por nada.»

Nadie puede ganar la vida eterna y alcanzar el privilegio de ser considerado hijo de Dios siendo bueno, trabajando arduamente, siguiendo rituales obligados o infligiéndose dolor y penurias. Estos son regalos de la gracia de Dios, lo que quiere decir que no podemos hacer cosa alguna para merecerlos.

Este hecho es lo que a menudo separa la fe en Jesús de los demás credos. Pero también nos puede llevar a sentir que el Padre celestial no tiene expectativas para nosotros en cuanto a nuestro comportamiento. Como resultado de ello, algunas personas que afirman ser seguidoras de Jesús creen que pueden vivir despreocupadamente, pecar deliberadamente y asumir que Dios simplemente les hace un guiño a tales acciones. La oración de dedicación que Salomón hizo para el templo debiera disipar esa idea de «gracia barata». Salomón repitió en su oración lo que Dios dijo a su padre David: Los hijos de Israel habían de ser «cuidadosos» con su comportamiento si esperaban recibir su bendición continua.

No podemos esperar que Dios nos bendiga si no guardamos nuestro comportamiento y vivimos de una manera tal que Jesús reciba la honra por lo que hacemos. El perdón de nuestro pecado le costó su misma vida. No le quitemos valor a ese sacrificio actuando continuamente de manera pecaminosa y despreocupada.  —DO